sábado, 11 de junio de 2016

Una pared para mi librera


Una de las muchas imágenes que guardo de cuando era niña es la de mi mamá sentada en un sillón, bajo la luz de una lámpara, leyendo un libro. La recuerdo guapa, muy guapa, con el pelo recto hasta los hombros, mitad gris y mitad blanco a sus treinta y pocos años, la pierna cruzada y el dedo pulgar entre los dientes, mordisqueándose la uña.

     De ella y esa imagen heredé varias cosas: el amor por la lectura, la forma de cruzar la pierna, el mordisquearme las uñas cuando estoy leyendo una buena novela -mientras más me apasiona la historia, más me las muerdo- y la capacidad de olvidar que el mundo sigue girando mientras leo.


     Por supuesto, junto al amor por la lectura heredé también el maravilloso vicio de comprar libros. No me agrada mucho que me los presten... si quiero leer alguno, quiero tenerlo, que sea mío. Poco a poco, a base de paciencia y años (porque los libros son caros, muy caros a veces), he llegado a tener una buena cantidad que fui colocando en la sala familiar, en mi cuarto, en las habitaciones de mis hijos; cualquier lugar era bueno para guardarlos. He apilado libros por todos lados. Mi mesilla de noche ha llegado a parecer la torre de Babel a punto de venirse abajo.

    El arquitecto que construyó nuestra casa siempre recuerda que cuando nos reunimos a ver los planos yo, con veinticinco años, le señalé una pared y le dije: "aquí va a ir mi librera". Al preguntarme por la distribución del resto de la casa, dice que mi respuesta fue: "no sé, de eso que se encargue Ricardo". 

     Por diferentes circunstancias, la pared se mantuvo vacía durante veintisiete años. Ayer, finalmente quedó  terminada. Los libros adornan mi sala familiar como las joyas que son. No están ordenados de ninguna forma. Los fui sacando de los anaqueles y los rincones donde estaban y los coloqué en las nuevas estanterías sin tomar en cuenta a los autores. Los considerados "grandes" están al lado de los no tan conocidos o no reconocidos porque para mí, aprendiz de escritora, sé que escribir un buen libro lleva tanto trabajo como escribir uno malo. 

     Parte de la ilusión que siento es saber que ahora cuento con más espacio, espacio que llenarán los libros que compraré o que me regalarán. Pasará un buen tiempo antes de que vuelva a necesitar otra librera, pero ya elegí la pared donde irá. El resto, es la vida. 

Patricia Fernández
Junio, 2016