viernes, 9 de junio de 2017

De mesas y vínculos

Una mesa redonda, un mantel blanco, sillas, platos, vasos, cubiertos, servilletas, jarra de agua y botella de vino que se van desordenando y vaciando al paso de la comida. Bullicio, risas, dos o tres conversaciones a la vez "¿Qué dijo?" pregunta algún despistado que no se enteró de por qué ríen los demás.   En un momento cualquiera, levanto la vista y veo a mi alrededor. Sin importar si los que rodeamos la mesa somos seis o doce, si somos familia o amigos, si nos conocemos desde siempre o desde ahora, ese instante mío, de silencio interior, de gratitud ante lo que la vida me regala en ese preciso instante es una de las experiencias más cálidas y acogedoras que he llegado a sentir. Me arropa y abriga tanto como el suéter cómodo de andar por casa. 
     No todos los días percibes, y quizá por eso es tan valiosa, la milésima de segundo que te dice que la vida es más de lo que crees, de lo que has imaginado, de lo que alguna vez soñaste. No todos los días el tiempo se detiene en cada una de las personas que rodean tu mesa. No todos los días lo ves respirar con suavidad e iniciar una danza lenta y suave que flota por encima de nuestras cabezas. Por unos breves instantes veo, sin escuchar, las caras de mi familia, de mis amigos, de mi gente. Los observo moverse, hablar entre ellos, reírse, mirar al frente, tomar la copa de vino, cortar un trozo de pan o limpiarse los labios con la servilleta. Cada movimiento es parte de esa danza que el tiempo baila sobre nosotros.
     Alrededor de las mesas celebramos, recordamos, extrañamos. Alrededor de las mesas creamos vínculos, nos domesticamos -como decía el zorro de El principito- porque, como también decía ese personaje optimista y tierno: "Solo se conocen las cosas que se domestican".
     


Patricia Fernández
Junio, 2017