«Insomnio: Tiempo extra que te concede la
vida cuando un pensamiento no te ha jodido bastante durante el día»
Dicen
que el insomnio es la
dificultad para dormir o permanecer dormido durante la noche. Los expertos lo
definen como un trastorno del sueño común.
El artículo sobre el insomnio cayó en mis manos por
casualidad. Confieso que no lo habría leído completo si no hubiera sido por la
frase «trastorno del sueño común». Ante tal afirmación, no pude evitar
preguntarme: ¿existe acaso un tipo de sueño extraordinario?
También me llamó la
atención leer que entre las múltiples causas del insomnio —esas que más nos irritan porque no hay una pastilla que las cure: el estrés, la tristeza, la incertidumbre
y los conflictos—, existe una que no afecta directamente a todas las personas: ser afroamericano. Las investigaciones muestran que los afroamericanos padecen más
problemas de insomnio que los de raza blanca (no menciona qué sucede con otras
razas).
De joven, y durante un buen tiempo de mi vida adulta, yo
solía dormir, como bien dice un amigo, con la paz de los que no deben nada. Mis
horas de sueño variaban entre nueve y doce cada día. Me vanagloriaba de la fortuna que significaba quedarme
dormida nada más poner la cabeza en la almohada y no volver a saber nada de
nada hasta que sonaba la alarma del reloj al día siguiente.
Todo cambió el día que me atacó el insomnio. No sé si fue de
golpe o poco a poco, pero en algún momento caí en la cuenta de que a mi
cuerpo le había dado por despertarse todas las noches a las tres de la
madrugada. Las tres en punto; ni un minuto más, ni un minuto menos. Y cuando uno no está de fiesta, las tres de la mañana puede ser una hora maldita: todavía no
hemos dormido lo suficiente como para sentirnos descansados y nos falta mucho
para que llegue el momento de levantarnos.
No sé si a todos los que padecen de insomnio les sucede, pero a mí me dio por pensar de más. Los problemas o
preocupaciones que durante el día manejaba con una calma bastante razonable, a las tres
de la mañana adquirían una sobredimensión de tal calibre que el futuro, el
pasado y la vida en general se volvían más aterradores que mis monstruos de
infancia.
El artículo decía también que el insomnio crónico dura más
de un mes. Yo pasé más de dos años maldurmiendo antes de darme cuenta de que
necesitaba ayuda médica. En la primera cita, y después de escuchar mis
síntomas, el doctor me dijo que, derivado del insomnio, había desarrollado un
temor a la noche. El diagnóstico no me extrañó, llevaba demasiado tiempo
metiéndome en la cama con la certeza de que me despertaría pensando bobadas
unas horas después. Lo que sí me extrañó fue escucharlo decir que no dormir enloquece. La falta de sueño
trastorna tanto nuestra percepción de la realidad que podemos llegar a perder
el enfoque, el sentido que le damos a nuestra vida.
Y
fue en ese momento cuando decidí que estaba enferma. Porque una cosa era dormir
mal y la otra, enloquecer. Tenía insomnio. Un mal que empieza como un trastorno
y termina alterando todo nuestro sistema mental. Inicié un tratamiento que no duró los tres meses que el médico me dijo que toma curarse en circunstancias más o menos normales. Estuve año y medio tomando
medicamentos para disminuir la ansiedad y estabilizar todo mi estado físico y
mental.
Para mi gran suerte, el tratamiento dio resultado. Recuperé
el ritmo del sueño y ahora duermo seis o siete horas seguidas (nunca volví a dormir aquellas nueve o doce de las que tanto me enorgullecía).
Lo que
no he llegado a saber es si recuperé la mucha o poca cordura que debo haber
perdido a lo largo de esos dos años, pero tampoco me importa. Lo que yo quiero es dormir en paz.
Como si no le debiera nada a nadie.
Patricia Fernández
Junio, 2018