viernes, 28 de julio de 2017

Leer para escribir


Alguien dijo una vez que hay muchos lectores que no escriben, pero no existe un solo escritor que no lee. 

     La vida se va dando. Un paso después de otro. Un día, alguien te llama escritora. Palabra grande para quien, como yo, empezó a escribir nada más por la curiosidad de saber de dónde obtienen los autores las historias que nos cuentan, o porque sentía que si no sacaba lo que tenía dentro, reventaría como una olla de presión llevada al máximo de su capacidad. Escribir ha sido una forma de expresarme, de plasmar en un papel, en un cuaderno o en la pantalla de mi computadora lo que no sé decir cuando hablo. 
     
     Estoy completamente segura de que no habría logrado escribir si no fuera lectora. Sin todos esos libros que me han acompañado a lo largo de los años; sin esas horas enteras vividas en silencio, sola, apoltronada en un sofá o metida entre las sábanas tibias de la madrugada; sin la delicia de hacer sala de espera en la clínica de algún médico, agradecida porque todavía no me llega mi turno de pasar a consulta o tumbada a la orilla de una piscina, ajena al bullicio de la gente o aprovechando los segundos que tardaba un semáforo en cambiar de rojo a verde -eso ya no lo hago porque el trámite de ponerme y quitarme las gafas de ver es demasiado engorroso-. Sin todos esos ratos pasando una página tras otra, metida en una historia que  disfrutaba o sufría como si fuera la mía; sin todas esas tardes que dejé de hacer cosas que posiblemente eran urgentes, pero perdían importancia ante mis ganas de leer; sin todos esos momentos en los que al pasar la última página de un buen libro me he aferrado a él para retrasar unos minutos el instante en el que tengo que cerrarlo y decirle adiós, despedirme como lo haría de un amigo entrañable al que no volveré a ver en muchos años; sin los nervios culpables de entrar a una librería y saber de antemano que no saldré de ella sin haber comprado un libro, aunque eso apriete más mi llegada a fin de mes; sin las libreras que hacen de mi casa un hogar más acogedor; sin mi necedad de intentar que alguien más lea ese libro maravilloso que acabo de terminar... 

     Sin todas esas experiencias vividas, sin todos esos libros leídos, sé que hoy no sería quien soy, no pensaría como pienso, no opinaría como opino, ni escribiría lo que escribo.

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Patricia Fernández


Julio, 2017