
Actualmente tenemos menos cosas que hacer fuera de nuestra casa u oficina: ya no es necesario ir al banco y hacer cola para pedir una chequera o depositar dinero en nuestra cuenta o en la de alguien más; no pasamos horas en la agencia de viajes planificando nuestra próxima vacación; no tenemos que llevar el rollo a revelar, ni regresar a recoger las fotos; las horas en el supermercado se han reducido a una lista enviada por correo electrónico y la farmacia queda tan lejos como nuestro teléfono celular. Ni siquiera cuando estudiamos (o queremos saber algo por simple curiosidad) nos vemos en la necesidad de levantarnos del escritorio para buscar en la enciclopedia el significado de nuestra duda. Mucho de lo que hace unos años podía llevarnos varias horas ahora toma minutos. A veces muy pocos minutos. La tecnología, ese gran acierto futurista, nos ha traído un gran regalo: El tiempo.
Y sin embargo, si algo nos falta en estos días es justamente eso: Tiempo. Si nos encontramos a alguien en la calle, las pláticas versan casi siempre sobre lo mismo: la falta de tiempo. Nos falta tiempo para estar con la gente a la que decimos querer, tiempo para tomarnos un café sin horario, tiempo para escaparnos unas horas de la rutina, para tirarnos boca arriba en la grama y buscarle forma a las nubes. Creemos que los minutos que pasamos en la cola de un banco platicando con el desconocido que está adelante o detrás nuestro, no nos aporta nada; que el rato pasado entre góndolas, apoyados en la carreta del supermercado, charlando con el amigo o la amiga que no veíamos desde hacía meses o años es tiempo perdido...

Cierto es que en esta ciudad nuestra el tráfico nos roba muchas horas, pero si las comparamos con las que pasábamos haciendo cola o sentados frente a una señora que, mientras esperaba a que se imprimiera nuestro pasaje de avión, nos contaba de la boda de su hijo o sobre la muerte de su padre ¿no resultan ser las mismas? Corremos para saber cuánto corremos, no para disfrutar de la carrera. Administramos nuestro tiempo de tal forma que olvidamos dónde lo dejamos, qué hicimos con él. Nos hemos vuelto hombres serios, sin tiempo para ver las estrellas porque, al igual que el personaje de El Principito, estamos más ocupados guardándolas en un banco. Y luego nos preguntamos dónde estarán.
Patricia Fernández
Julio, 2016
Precioso, Patricia, y muy real
ResponderBorrarGracias, Yolanda, por tomarte el tiempo de leerme.
ResponderBorrarHermoso. Gracias por compartirlo.
ResponderBorrarGracias a tí, Jenny, por leer.
BorrarCiando éramos niños o jóvenes abundaba el tiempo. Lo encotrábamos en todos lados. Pero lo fuimos deformando. ¡No se vale! Tan cierta tu reflexión, de principio a fin. Ese café ilimitado.. Como añoro esos placeres. ¡Delis leerte!
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