
Con la agilidad del viento, nada más instalarse ya han desbaratado el precario orden que mantengo haciendo esfuerzos de malabarista. El número de personas que habitamos la casa parece multiplicarse más veces que ellos. El bullicio vuelve a ocupar un lugar importante en este hogar mío que sé que poco a poco se irá quedando con cuartos ordenados, limpios y vacíos. Por lo menos la mayor parte del año.
Durante sus visitas las sobremesas se alargan, pasamos más ratos en la pérgola fumando, bebiendo café, charlando o, simplemente, estando. Los días se vuelven una mezcla de trabajo y vacaciones, de relegar obligaciones, de soledades olvidadas.
Y así pasan los días entre visitas a familia, carcajadas con los amigos, abrazos de bienvenida y de buenos deseos; de miradas tiernas y sonrisas cómplices; de conversaciones al atardecer, de consejos de madre a hija y pláticas de mujer a mujer -porque es en lo que se ha convertido, en una mujer hecha y derecha- y claro, también de momentos tensos, porque a ratos olvidamos que ya no somos las que fuimos.
Más pronto que tarde los veo buscando el pasaporte que quedó refundido debajo de las libras de café que cada mañana les recordarán las vacaciones a él, su tierra a ella; los escucho hablar de la fecha en que tienen que presentarse a trabajar y de la pereza que esto les causa. Y obligo a mi cerebro a no pensar, a disfrutar cada minuto.
Pero el tiempo es inexorable. No perdona. Nos lleva, inclemente, al momento de meter las maletas al baúl, subirnos al carro y llevarlos al aeropuerto. Los acompaño en la fila de la línea aérea; al igual que ellos, cruzo los dedos para que los bultos no excedan el peso permitido; los observo mientras les emiten los pases de abordaje y, finalmente, los acompaño a la puerta tras la cual ya no me es permitido pasar.

¡Me encanta! "Sólo unos segundos -no se trata de desplomarme...". Pero siempre, algo se desploma, verdad? Tanto corazón en un texto que habla de la realidad que te despeina el corazón, sin quejarte. Lindo.
ResponderBorrarAsí es, Nicté, siempre algo se desploma. Pero no queda más remedio que recoger los pedazos, pegarlos y seguir adelante. Si están contentos, nosotras también lo estamos, ¿no es así?
ResponderBorrarDe cómo la cotidianidad encuentra un encanto que pocos pueden ver y menos pueden plasmar en un texto. Qué bello, mil gracias por compartirlo.
ResponderBorrarLo cotidiano, los pequeños detalles son los que le dan brillo a la vida. Aunque a veces duela. Un abrazo, mi querida amiga.
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BorrarPrecioso, te felicito!
ResponderBorrarGracias, Ana María. Un fuerte abrzo.
BorrarCon una palabra me basta: precioso
ResponderBorrar¡Gracias, Yolanda! Un abrazo fuerte.
BorrarPreciosa forma de escribir Paty!
ResponderBorrarMe pareciera como que hemos compartido los mismos zapatos desde hace algún tiempo pues también me he quedado con el corazón despeinado los últimos 13 años de mi vida.
Así es, pero uno no lo dice mucho. Un abrazo fuerte.
Borrar¡Qué bonito, Ana! "Destrozado", "despeinado"... es lo mismo, ¿no? Así me he sentido tantas veces, tantos años, tan lejos de mi tierra y de mi gente, y ahora con mi niño-hombre, mi soldadito de plomo que ya casi lo es de verdad, a solo cuatro horas de distancia que parecen mil, porque cuando se va... casi desaparece -- ese mundo de sus 20 años lo atrapa y "nos" lo lleva, y su cuarto se queda vacío, ordenado y limpio... hasta que vuelve.
ResponderBorrarNunca llegamos a acostumbrarnos a las despedidas, ¿verdad? La abuela, mami, y ahora nosotras, sabemos mucho de eso... desgraciadamente.
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